sábado, 23 de marzo de 2013

Guerra de Iraq

 Miles de muertos, miles de heridos, miles de refugiados, cientos de miles de personas que se quedaron sin hogar... No, no estoy hablando de una guerra civil en un país del África subsahariana, con bandos desconocidos para la opinión pública occidental, estos números fueron provocados por potencias del Primer Mundo al margen de la legalidad. Los muertos de la población civil provocados por los aliados fueron cínicamente denominados por Bush  "daños colaterales", una expresión muy típicamente burguesa, muy light y edulcorada, que enmascara la sangre, la muerte y el horror de una población, que si no tenía bastante con un dictador, les vino encima el "afán democratizador" estadounidense, muy altruistas ellos, que sólo miran por el bien de la humanidad. No hablo del pueblo estadounidense, sino de una élite todopoderosa, que habita allí principalmente, que cada suma de dinero la hacen con un mínimo de 6 ceros detrás, y es la que decide qué país conviene invadir para sacar provecho, o para que no le entorpezca en sus operaciones financieras a gran escala. Todo el mundo sabía, y ahora más, que las armas de destrucción masiva eran simples escusas, y más aún que albergasen grupos terroristas de Al Qaeda: ¿cómo podía cobijar un régimen chií a un grupo terrorista sunní, si se llevan a matar?

Una vez más, nuestras instituciones sagradas quedaron en evidencia, como la ONU o la Unión Europea, y no digamos ya nuestra querida sociedad aburguesada, adormecida, inculta, indolente, llena de eufemismos, que soporta estoicamente lo que le echen mientras tenga tarjetas de crédito y centros comerciales o "ikeas" cercanos para sanar su ego. Desde el fatídico 2001 (para mí), es verdad lo que dicen los especialistas en Historia Actual de que el mundo ha cambiado, pero creo que fue 2 años después, en el 2003, cuando le diagnostiqué su enfermedad, y cada año que pasa, tengo cada vez más claro que, o hacemos algo rápido, o esto se va a la mierda muy pronto. No se trata de volver a las trincheras, o a las barricadas de la Comuna de París de 1870, sino de barrer la casa de suciedad, dejar las ventanas abiertas para que se vaya todo el olor a rancio, y sacarle brillo, para poder vivir en ella sin tener que mudarnos.

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