Cuando murió el dictador en su cama "plácidamente" vino un aire de libertad contenida que a principios de los 80 se convirtió en estallido multicolor, en el que, quien más o quien menos, nos zambullimos en él. Esa agua libertaria se nos quedó adherida a nuestra piel como parte de ella. Hablo de la gente de la calle, gente que por entonces estaba en la adolescencia. Por entonces nos interesaba la política y creíamos en los políticos, cómo no, si nunca habíamos tenido la ocasión de acudir a sus mítines y escuchar consignas que sabían a igualdad, fraternidad e igualdad, además de poder oír la música de nuestros grupos más cercanos. En Andalucía se respiraba un aire difícil de explicar. Creíamos que podíamos alcanzar un desarrollo, un bienestar y una igualdad, y que popdía llegar a todos los ciudadanos andaluces, que nos haría unirnos más y, por tanto, más fuertes, sobre todo cuando llegaron a nuestros oídos palabras que nos sonaban a chino: autonomías, comunidades. En mi adolescente edad no podía calcular el alcance de esos conceptos, y mucho menos en lo que se convertirían en poco tiempo, porque hubo que esperar muy poco tiempo para empezar a ver qué entendían los políticos andaluces por una Comunidad andaluza autónoma.
Durante el franquismo (y durante siglos anteriormente), en España hubo un centralismo brutal, no sólo en lo político, cosa que tampoco es tan raro, sino en lo tocante a las infraestructuras, que son la base del desarrollo de una zona. Sobre este tema habría que hacer un par de excepciones: Cataluña y Euskadi, más en concreto, las zonas metropolitanas de Barcelona y Bilbao, en donde el Estado ha procurado, desde que comenzara la industrialización, invertir, aprovechando la capacidad emprendedora que tenían sus empresarios. Sólo había que mirar el mapa de carreteras, o de ferrocarriles, de hace sólo 20 años, por poner un ejemplo claro, objetivo, para saber de lo que estoy hablando. El centralismo fue tal que se podría poner una retahila de agravios comparativos entre Madrid y la mayoría de las regiones por entonces.
Durante el franquismo (y durante siglos anteriormente), en España hubo un centralismo brutal, no sólo en lo político, cosa que tampoco es tan raro, sino en lo tocante a las infraestructuras, que son la base del desarrollo de una zona. Sobre este tema habría que hacer un par de excepciones: Cataluña y Euskadi, más en concreto, las zonas metropolitanas de Barcelona y Bilbao, en donde el Estado ha procurado, desde que comenzara la industrialización, invertir, aprovechando la capacidad emprendedora que tenían sus empresarios. Sólo había que mirar el mapa de carreteras, o de ferrocarriles, de hace sólo 20 años, por poner un ejemplo claro, objetivo, para saber de lo que estoy hablando. El centralismo fue tal que se podría poner una retahila de agravios comparativos entre Madrid y la mayoría de las regiones por entonces.
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